jueves, 9 de septiembre de 2010

PAZ EN LA TIERRA A LOS DE BUENA VOLUNTAD

Lamentablemente –¿o afortunadamente?-, la única Iglesia (sin querer decir con esto que las demás también sean iglesias) que ha conservado y defendido sus principios, al menos sobre papel, ha sido la Católica. Bien sabemos, que con la Reforma no sólo vendría el Protestantismo de Lutero, el de Calvino o el de Inglaterra; sino que a lo largo de estos tres o cuatro siglos, ha venido una creciente avalancha en lo que refiere a la aparición de muchos movimientos que se autodenominan “iglesias cristianas”, pero que viven según sus propios argumentos y formas de interpretación de textos, principalmente sagrados. Hoy existen tantas iglesias como dioses personales se quieran, según las necesidades o conveniencias de las personas que se adhieren, ya sea por su situación económica, sentimental, sexual, artística, deportiva, etc. Ya no dejan que Dios sea Dios, sino que prefieren adaptarlo a su gusto, o en el peor de los casos, fabricar uno propio.
El hombre, por naturaleza, por ser semejante a su Creador y estar constantemente llamado a la santidad, está dotado de humildad, continencia, benevolencia y obediencia. Pero también, por su condición de ser humano, del pecado original -defendido por Juan Calvino- y de una tendencia constante hacia el pecado –concupiscencia-, el hombre se va olvidando a medida que va creciendo de esa bondad necesaria para estar “moralmente” bien. Por fortuna, la Iglesia se retractó de su sistema de penitencia temporal -aunque la ignorancia de esta caricatura, que de por sí es una crítica bien formulada, muestre lo contrario- como expiación de los pecados, pese a que siga juzgando como buenas o malas todas las acciones del ser humano, entre ellas es uso del preservativo. Es decir, siguen existiendo hoy los pecados que Dante organizó en su Divina Comedia: los de incontinencia (claros en el libertinaje de tantas personas que se entregan a la satisfacción meramente sexual), los violencia o brutalidad (reflejados en el terrorismo de los grupos subversivos –realidad muy cercana a nuestro país-, y en el uso desmedido de la fuerza, en la familia, por ejemplo) y los de fraude o malicia (que se basan en el engaño, en la trampa, en el abuso, y que afecta a una gran cantidad de seres humanos por codicia y avaricia).
La intención de la Reforma –como la de muchísimos movimientos en el mundo- fue volver a los principios cristianos, o en su defecto, de recta moral o política (si es que no se cree en Dios), pero anexando nuevas ideas y tergiversando la intención de otras ya existentes. Esos ideales se perdieron. El Protestantismo se volvió un fuerte proselitismo y, por lo tanto, una lucha entre sectas por tener cada vez más y más adeptos. No sabemos si la intención de Lutero fue esta, porque tal vez lo único que quiso fue que su Iglesia cambiara, pero no intentarla destruir. Sin embargo, uno y otro de estos planteamientos no se cumplen. Ni logró cambiar la Iglesia a su gusto, ni mucho menos destruirla, pues como dijo Gamaliel: “Si esta obra es de los hombres, fracasará, pero si es de Dios no conseguiréis destruirlos” (Hch 5,38b-39a).
No nos osamos de estar en la mejor Iglesia, pero sí en una que tiene fundamentos claros y que es de Dios. El medio para buscar a Dios no influye en su encuentro, pues bien dice la Escritura, y lo repetimos en nuestra Liturgia: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Dios quiere la salvación de los hombres, y a puesto en la Iglesia Católica los medios en su plenitud para alcanzarla. Sin embargo, como hay católicos que no la alcanzan, hay no-católicos que sí, por su buena voluntad.

JOHN ALEXÁNDER ESPINOSA CEPEDA
NORBERTO PINEDA MONTES
II FILOSOFÍA

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